El TUNEL. Por Minia Miramontes.
Cada año en aquella fecha sistemáticamente preparaba
aquel viaje. Desde una pequeña estación de los Alpes franceses
alquilaba un compartimento en un tren de largo recorrido que salía
de Burdeos y atravesaba la cordillera hasta Italia.
Como un lobo solitario y al acecho recorría los pasillos sintiendo
el bamboleo del tren que con los años terminó asociando con el inicio de una
excitación de piel y un ligero hormigueo, sensaciones que después de sus actos
onanistas con imágenes oníricas inasibles eran lo que últimamente
más alimentaba su líbido.
En el Wagon-bar y apoyado en la barra iniciaba su búsqueda, no disimulaba
y cualquier mujer que lo mirase sabía de antemano sus intenciones.
Dados los acontecimientos internacionales de moda que en aquella
fecha había en Milán, en el tren la mayoría de pasajeros eran mujeres relacionadas
con este mundo, empresarias, jóvenes aspirantes a modelo, mujeres casadas y aburridas
que esperaban estos días de glamour para lucirse y poder gastar su dinero en lujo.
Mujeres cuidadas, bellas, delgadas y musculadas por el ejercicio diario de gimnasia.
Conocía a la mayoría, y ellas lo conocían y se producían los comentarios por
lo bajo como cada temporada sobre él. Su excitación aumentaba con las miradas
de seducción y los gestos insinuantes de mujer en celo.
Entonces iniciaba el examen de la posible candidata. Tenía los tiempos medidos,
el recorrido largo del tren antes de entrar en una zona de curvas, un pequeño cañón donde los arbustos a cada lado de la vía rozaban las ventanillas y al final el largo túnel…
Aquel año recayó su atención en una mujer que viajaba sola, sin maquillaje y con
el pelo natural indefinido entre castaño y pelirrojo, sentada con una postura desgarbada
y que para nada parecía consciente de ella misma, no era su prototipo, pero le atrajo por su diferencia, ellla iba mirando por la ventanilla con el mentón de su cara apoyado en su mano izquierda.
La mujer, de vez en cuando observaba a las mujeres
que le rodeaban y no parecía encogerse ante la sofisticación de ellas.
Todo aquel wagon olía a Chanel nª 4.
La mujer terminó desviando su mirada hacia él, y le sonrió como si lo conociese de siempre, sin sorpresa y sin insinuación, al rato ella bajó la vista.
El terminó decidiéndose por ella, se acercó a su mesa obviando de forma programada al
resto de mujeres, con muchas de las cuales ya había pasado el túnel. Calculó
utilizar la táctica de «corderito degollado» con ella, y sonriente, le pidió sentarse.
Esta mujer se le mostró asequible aunque, con satisfacción para él, temerosa y un
tanto cohibida ante él, así que rápidamente pasó a su táctica de hombre condescendiente.
Enseguida de enfrascaron en una conversación sobre sus vidas y a ella
cada vez le era más difícil mantener su mirada, una actitud que él no consideraba
propia de una mujer de su edad, por ratos se desilusionaba, pero no podía negar
que lo que ella decía le gustaba, podían contactar a través de un discurso mental
muy común.
Llegado el tercer tiempo, le propuso ir a su compartimento, ya se acercaban a la zona
de curvas y le gustaba ir caminando por el pasillo manteniendo a duras penas
el equilibrio y sintiendo el cuerpo de la mujer elegida delante de él, aprovechando los vaivenes más fuertes del tren para agarrarla por la cintura y acercarse
a su cabello y así, ir comenzando los primeros roces. Era un trayecto en el cual
él iba anticipando la reacción de la hembra e imaginando lo que ocurriría en el túnel.
Su excitación en este momento casi llegaba a su momento álgido.
Cuando salieron del wagon-bar dispuesto a iniciar su ritual de acercamiento ocurrió
que a ella se le había olvidado su libro y dió marcha atrás,él empezó a sentir que
se había equivocado con la elección y una pequeña desazón comenzó a apoderarse de él.
El no supo como lo hizo ella pero consiguió que el recorrido del pasillo lo hiciese
él delante y ella detrás, intentó cambiar el lugar pero ella se zafó, además
parecía desenvolverse perfectamente con los vaivenes de tren, no necesitaba sujección.
Se dió cuenta de su equivocación al escogerla a ella, pero ya no le quedaba tiempo, y no podía volver al wagon-bar a realizar otra conquista tras haber salido ya con una.
Malhumorado continuó el trayecto, ya estaba cerca el cañón.
Entró en su compartimento con gesto serio y duro, que a ella no parecía inmutarle,
no la invitó a entrar primero, ya dentro se da cuenta de que ella se quedara en la puerta como esperando la invitación a entrar. En ese momento la decepción ya se apoderó de él; forzó un gesto amable y le pidió que entrase, mientras pensaba en su poca vista y en como le había fallado su instinto. El pensaba que esta mujer o era boba, o estaba jugando, o bien acababa de salir de un convento de monjas.
Le aliviaba el hecho de que por lo menos físicamente le resultaba atractiva, aunque de antemano supo que tendría que llevar la iniciativa en todo.
El siguiente paso consistía en avisar al servicio del tren para pedir las bebidas. El pidió un bourbon y aquella pseudomonja un «te» (joder sólo faltaba que tuviese
la regla, pensó). Se quedó frío y empezó a percatarse que todo su plan tan estratégicamente diseñado año tras año se le iba al tacho; le costó controlar su ira y ella seguía pareciendo impasible.
Cuando la invitó a sentarse a su lado ella optó por sentarse enfrente
al lado contrario de la marcha del tren.
Llegaron las consumiciones y una sonrisa cómplice del camarero
le dió a entender que la elección de este año era buena………. .-será para tí, pensó él,
que te gustan las catetas de pueblo.-, pero no podía bajar la guardia ante terceros y
le devolvió una sonrisa de varón satisfecho, sabedor de su fama de conquistador.
En cuanto cerró la puerta decidió seguir con la razón de su viaje, pidiéndole a su
líbido no ser abandonado. Le dejó el te en la mesita desplegada bajo la ventanilla
mientras ella miraba absorta el batir de la naturaleza contra el cristal.
Comenzó la táctica propia ante las mujeres soñadoras. En cuando recuperó la atención de ella, y tras unas frases, se sentó en su asiento contra la dirección del tren, algo que él odiaba. Al rato posó su mano sobre su muslo, ella entonces se giró y lo miró como una gata a punto de arañarle; él sintió ganas de hacerle tragarse su ridícula taza de té.
El túnel se acercaba…………. y ella………
Le comentó que llevaba un día entero viajando hasta que alcanzó este tren, que estaba
agotada y que si no le importaba que echase un sueño, ya que ella no tenía compartimento. Se sacó sus zapatos y se echó a dormir, no sin antes pedirle que le alcanzase una de las mantas que asomaban en las estanterías superiores, él quiso ahogarla con ella.
No podía salir del compartimento, lo verían todos y descubrirían su fracaso.
Nunca llevaba literatura para este viaje, su literatura estaba
en su mente, así que decidió coger el libro de ella, pero por encima estaba en una
lengua autóctona de alguna región, que él no alcanzó a entender.
Cabreado y aburrido decidió observarla mientrasse iba quedando aletargada.
.- Por lo menos no ronca, pensó; y comenzó a recorrer su cuerpo con
la mirada, por un momento deseó sus caderas redondas, le gustaron sus piés, e imaginó lo que habría sido tomar aquel cuerpo si hubiese estado acompañado de otra mente.
Dos años más tarde voló a Barcelona, le esperaba su novia en el
aeropuerto y decidieron ir al paseo de Gracia ya que era el día del libro y este paseo
se llenaba de stands de editoriales y librerías.
Su novia le comentó que estaba una escritora de best-sellers de estilo erótico-festivo
firmando en un stand, él fué con ella un tanto desganado. Al llegar se encontraron a una
mujer con un tono de pelo indefinido, firmando libros. Cuando la mujer
levantó la vista se quedó sorprendido al reconocer en ella a la mujer que le había arruinado su viaje, ella lo miró cara a cara y con una expresión irónica.
Ella cogió uno de sus libros y se lo dedicó:
«Al hombre que me prestó su compartimento, siempre tuya………… «.
Cuando se retiraron del stand, él todavía un poco perplejo tomó el libro y leyó el título:
«Como seducir en un tren: la erótica del túnel».
Por: Minia Miramontes
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