EL OPTIMISMO: EL ZAFIO Y EL INTELIGENTE
DE bcn psicología
En esta ocasión vamos a hacer una travesía, no muy extensa, para mirar desde distintos flancos un talante que se ha puesto muy de moda, y que, mal entendido resulta desafortunadamente contraproducente. Vamos a hablar del optimismo, del que nos ayuda y del que nos mantiene en un engaño.
Es un tema bastante manido. Por ejemplo, en la literatura filosófica tenemos el «Cándido» de Voltaire, un cuento que concluye razones para adoptar un pesimismo realista, de modo que cada uno intente cuidar de su propio jardín. En definitiva, lo que el autor nos traslada es un hecho singular como es la impostura intelectual de ciertos individuos que arropados en un falso optimismo pretenden hacernos creer que lo pésimo es magnífico.
Para entender por qué razones es bueno mantener un cierto optimismo hemos de comprender antes cómo están diseñadas nuestras emociones.
Cuando nosotros lo estamos pasando mal, cuando las emociones negativas nos anegan y son muy intensas o demasiadas, experimentamos un hecho ciertamente interesante: sufrimos lo que se conoce como un secuestro amigdalino. Ello significa que las emociones nos van a impedir pensar, ver las cosas en perspectiva, analizar el conjunto, sopesar los pros y los contras, planificar qué hacer, o sea, que nuestras funciones ejecutivas no van a estar operativas. Estas funciones emergen de nuestro córtex cerebral y gracias a ellas podemos llegar a una solución razonada al problema que estamos afrontando.
La consecuencia de lo anterior es que no vamos a tener claridad y nuestra respuesta va a ser muy elemental: atacaremos, escaparemos o nos quedaremos paralizados. Y así, el problema va a continuar.
Para salir de este secuestro necesitaremos enfriar estas emociones, calmarnos. Por lo tanto, una buena forma será buscar qué es lo que nos gusta y hacerlo.
Necesitaremos cambiar el tono de nuestras emociones. Pasar del signo negativo
al positivo, pues esta es la manera que posibilita que las funciones más complejas del pensamiento se activen nuevamente.
Y aquí radica la confusión.
Confundimos este ponernos en la emoción positiva con el pensar en positivo. No se trata de pensar en positivo, si me he discutido con mi pareja por discrepancias que considero importantes, esto no se soluciona con que yo, o alguien, me diga que no pasa nada, que piense en positivo y no sea negativo. Este argumento es infantil, y además, falaz. Minimizar las cosas de esa manera no las va a cambiar mágicamente.
Se trata, más bien, de cambiar el signo de nuestras emociones para poder ampliar nuestra visión, porque eso es lo que consiguen las emociones positivas. Positivas, no porque sean buenas sino porque amplían nuestro repertorio de conducta. Así como las negativas lo restringen.
Situarnos en la emoción positiva es lo que nos va a permitir dirimir qué aspectos son importantes para encontrar una respuesta adecuada al asunto que enfrentamos. Engañarnos, camuflar, infantilizar, falsear la verdad con un positivismo zafio no cambiará el escenario. El optimismo inteligente nace de una emoción que da amplitud, es ajustado y no deforma la realidad. Ilusiona con fundamento. Y ese es nuestro verdadero reto, llegar a él desde una posición de madurez.
Que no le lleven a engaño.
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